Canonización da esperanza y fé a los mexicanos
La ceremonia de canonización se celebró en Roma
SANTA MADRE LUPITA- María Anastasia Guadalupe García Zavala
La santidad no consiste en hacer obras aparatosas. Por ello, al referir la vida de esta Santa no se hallarán hechos milagrosos ni hechos extraordinarios. La manera como este mujer se hizo Santa fue en una vida normal, cumpliendo sus obligaciones cotidianas con responsabilidad y practicando su fe y viviendo los valores evangélicos con alegría y esperanza. Los santos se dan en racimo porque la Iglesia es comunidad. Los bienaventurados no son seres solitarios sino personas sociales que coinciden en un tiempo y lugar, animándose con su testimonio para dar a conocer a Cristo a los demás hermanos.
Esta Santa coincide en un tiempo en que la Arquidiócesis de Guadalajara, duramente probada por la persecución religiosa, está reconstruyéndose física, espiritual y materialmente.
Ya no es tiempo de mártires, es tiempo de confesores.
Y no es casualidad que las tres únicas mujeres hasta hace poco elevadas al honor de los altares hayan coincidido en esta ciudad: Santa María de Jesús Sacramentado Venegas de la Torre con la Beata Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco; las tres son referentes de tres hospitales en esta ciudad. Ellas vivieron la caridad de tal manera que la hicieron plan de vida y la concretizaron en el servicio a los más necesitados en el cuerpo y el alma: los enfermos.
Esta biografía se ha redactado unas semanas antes de la canonización. Con la debida precaución y para efectos prácticos, se le menciona a la Madre Lupita, como se le dice con cariño en Guadalajara, como Santa y no como Beata.
María Anastasia Guadalupe García Zavala nació el 27 de abril de 1878 en la ciudad de Zapopan, Jalisco; sus padres fueron Fortino García y María del Refugio Zavala. Fue bautizada al día siguiente en la parroquia de San Pedro Apóstol, recibiendo el nombre de Anastasia Guadalupe. En la familia en que nació hubo otros siete hermanos y fue realmente un hogar cristiano. Su padre era un comerciante que tenía una tienda en los portales frente a la Basílica de Nuestra Señora de Zapopan (espacio que hoy ocupa la plaza Juan Pablo II) y con su trabajo, Don Fortino dio a su esposa y a sus hijos una vida sin penurias económicas.
La Santa fue confirmada por el Arzobispo de Guadalajara Pedro Loza y Pardavé, el 1 de julio 1878 e hizo su Primera Comunión en la Basílica Zapopana, el 8 de septiembre de 1887, habiendo sido preparada por su tía, la hoy Sierva de Dios Librada Orozco. Su infancia es la de una niña normal, quien desde pequeña dio señales de estar proclive a las obras de caridad. En sus tiempos, los estudios eran limitados y pronto los acabó. Estudió música pero se dio cuenta de que no tenía aptitudes para ello y mejor estudió corte y confección, que llegó a dominar como un arte. Alegre y sencilla, era muy bonita pero también otras cualidades la adornaban: tenía un trato amable, era servicial, bien educada y hogareña. Pronto tuvo un novio, Gustavo Arreola, con quien se comprometió en matrimonio, sin embargo, por un detalle simple se dio cuenta de que ser casada no era su vocación y se rompió el compromiso.
Hacia 1898, en la parroquia del Dulce Nombre de Jesús de Guadalajara, se inscribió en las Conferencias de San Vicente de Paúl y junto con otras señoritas de esta asociación, se dedicó a atender a los enfermos de un hospital ubicado en la calle de Garibaldi 880, a dos cuadras del templo. El nosocomio se llamaba Beata Margarita (María de Alacoque) y lo había fundado el padre Salomé Gutiérrez y era más bien un corral donde se atendían a los enfermos. El 13 de mayo de ese año fue comisionada para disponer la operación de un enfermo con pólipos en la nariz. Contra toda la asepsia de la época se puso a hervir algodones suficientes en una olla de barro. La sala de operaciones era un tejaban sin ladrillos, bien barrido y regado para que no se levantara el polvo. Bien se ve que cuando todo falta, Dios asiste, pues el enfermo duró dieciocho días internado y se retiró perfectamente aliviado.
Los primeros votos los pronunció el 8 de diciembre de 1901 en la Casa de Ejercicios del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Cada cinco años renovaba estos votos en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. El 25 de marzo de 1924, sin recibir aún por escrito la aprobación de las Constituciones y de la Congregación, pronunció sus votos perpetuos. El 24 de mayo de 1935 el Arzobispo de Guadalajara Don Francisco Orozco y Jiménez recibió su profesión perpetua de votos simples. Ese día el prelado dio por escrito la autorización diocesana de la Congregación.
La Santa fotografíada con el arzobispo Orozco y el personal del Sanatorio, el día de la aprobación diocesana.
Durante la persecución religiosa fue hecha prisionera con la hermana Isaura Zapién, en la casa de algún jefe militar. Allí estuvo incomunicada por tres días, durante los cuales, quienes tuvieron trato con ella quedaron edificados con su manera de actuar y por lo cual le dijeron a la otra religiosa: “Tienen una superiora muy santa”. En una ocasión los revolucionarios se posesionaron del lugar y se apostaban en muchos lugares. Había mucha inseguridad y zozobra en estos calamitosos días y la santa tenía que cambiar constantemente de lugar la Reserva Eucarística para que no fuera profanada. Mientras las tropas hacían la ronda por el edificio, al cruzarse con unos soldados, le dijo al Señor Sacramentado en voz baja: “Cuídate Señor, cuídate”.
En este hospital, las religiosas escondieron en varias ocasiones al arzobispo Don Francisco Orozco y Jiménez así como a algunos otros sacerdotes. Por eso se trató de incautar el edificio, evento que afortunadamente no pasó.
El Fundador de la Obra, Don Cipriano Íñiguez murió el 9 de octubre de 1931 y para el 26 de noviembre siguiente, el arzobispo Orozco se presentó en el Hospital con el nuevo director del hospital y guía espiritual de la Congregación, el padre José Guadalupe González y dispuso nombrar un consejo para aligerar la carga de la Madre Lupita, que en las elecciones resultó constituida Superiora General, cargo en el que fue confirmada el 17 de octubre de 1935, día de la fiesta de Santa Margarita María de Alacoque.
En su nuevo puesto no rehuyó, sino que aceptó con alegría ser enfermera. No temía arrodillarse en el suelo para atender a los enfermos. A ellos los amaba de corazón y estaba siempre pendiente de darles el mejor servicio y de que nada les faltara. Durante su vida, las casas de su instituto se multiplicaron a siete y hasta 1985 había ochenta y cuatro fundaciones, incluso fuera de México.
Fue mujer con don de mando y de decisiones, prudente en sus juicios y sabia en sus consejos. Era muy amable en el trato con sus religiosas y sus familiares. Los ancianos siempre recibieron un trato preferencial y era muy frecuente ver que renunciaba a su plato de comida para que alguna hermana no se quedara sin comer.
Le gustaban mucho las flores, que cultivaba en los jardines del hospital. A veces le pedían permiso de cortarlas para llevárselas al Santísimo Sacramento en la capilla del sanatorio. Ella les respondía: “Aquí las tiene, son de Él, desde aquí le dan gloria”. También tenía mucha simpatía por los animales y después de visitar a sus enfermos, atendía a sus pájaros, que trataba con cariño. También visitaba las colmenas de las abejas, que la maravillaban con su trabajo.
Siempre tuvo la presencia de Dios en su vida. El celo de la gloria del Señor la urgía en el cumplimiento del deber y en su afán de santificación. Nada quería que no fuera querido por Dios. “Así lo quiere Dios y así lo quiero yo”. Para fortalecer su vida espiritual le gustaba meditar constantemente los misterios de nuestra Redención y la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Por ello, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús fue un pilar en los sesenta años de su vida religiosa. Cada mes de junio lo celebraba de especial manera y por esta razón tenía mucho afecto a Santa Margarita María de Alacoque. La espiritualidad de su Congregación fue orientada para vivir el amor misericordioso del Corazón de Cristo, vivido y expresado bajo la perspectiva de la cruz. Ese mes se multiplicaban las horas santas, los actos de reparación y otros actos piadosos para estimular a sus religiosas a conocer y experimentar el amor de Cristo; por ello, propagaba incansablemente el acto de consagración.
Con la Santísima Virgen María tuvo un muy grande amor. Desde los inicios de su Congregación trató de infundir en sus religiosas y también con las personas que tenía trato, el cariño hacia la Madre de Dios. Promovía la devoción a las advocaciones de María Auxiliadora de los Cristianos y de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. En su correspondencia, en sus pláticas, en sus consejos, nunca dejó de hacer mención de María. Le gustaba hablar de ella para hacerla conocer y amar. De manera especial celebraba en diciembre el día 8 a la Inmaculada Concepción y el 12, a Nuestra Señora de Guadalupe, de quien había tomado su nombre al hacer profesión religiosa: María Guadalupe.
Mención especial merece su devoción a Nuestra Señora de Zapopan. Habiendo nacido bajo la sombra de su santuario, era lógico que le profesara especial cariño. Cuando su imagen era llevada al hospital, preparaba la visita para sacar el mayor provecho espiritual. La procesión y la recepción eran muy ordenadas. Se invitaba a la comunidad médica y a los familiares de los pacientes internados, a los bienhechores y los amigos. Luego la imagen era llevada con cada enfermo y se le daba una bendición personal. Se solemnizaba el rezo del rosario y había alabanzas con mucho fervor. Cabe señalar que la bendita imagen portó por cierto tiempo una peluca hecha con una trenza del cabello de nuestra Santa. Esta cabellera se guarda ahora como reliquia en un salón del hospital donde también se exhiben otros recuerdos de la Madre Lupita. Asociada a esta devoción y por razones obvias, también tuvo una especial predilección por San José.
Llena de caridad hacia el que sufre, trató que con sus palabras y obras, las penas y necesidades de quienes acudían a ella se desvanecieran o tuvieran solución. Cuando en el hospital encontraba personas que lloraban y estaban desesperadas por la salud de sus familiares enfermos, se les acercaba, les hablaba con ternura hasta calmarlos y dejarlos con cierta tranquilidad. Pobres, enfermos, desvalidos, ancianos, niños, jóvenes, todos cabían en el corazón de la Madre Lupita. A nadie dejaba ir con las manos vacías y menos irse desconsolados, porque hasta lloraba con ellos. A las jóvenes que habían dado un mal paso y habían salido embarazadas, las asilaba en el hospital, les brindaba techo, alimento y atención médica. Cuando nacían los bebés, si la familia de la madre no quería hacerse cargo de la criatura, le buscaba unos padres que lo adoptaran, procurando que fueran buenos cristianos y ciudadanos honorables. Decía: “Ni pensar que estos niños sufran o mueran por vergüenza de sus padres”.
Nunca aceptó consideraciones especiales por ser superiora. Exclamaba: “La vida común en todo”. Trató de vivir lo mejor que pudo la vida de comunidad. Aconsejaba y daba guía espiritual a sus religiosas y siempre las trató como lo que eran: hermanas. Supo corregir con caridad, pero con mucha firmeza. Sobresalía por su prudencia, siempre meditaba sus actos antes de actuar, sobre todo en asuntos delicados: fundaciones, compromisos de índole económica. Nunca se le escuchó decir palabra inútiles y si alguna vez era humillada, lo callaba y lo guardaba en su corazón. Con sus trabajadores era responsable y les pagaba justamente su labor; también les daba a ellos y sus familiares los servicios sociales a su alcance.
Tuvo un gran amor y respeto por los sacerdotes, a quienes consideró como lo que son: representantes de Cristo. Ya fuera en asistencia médica o de apoyo económico o alimenticio, procuró que los ministros del Señor fueran atendidos con solicitud y generosidad. A los seminaristas pobres y necesitados también dio sustento. En las casas fundadas por ella, siempre estuvieron abiertas las puertas para ayudar a quienes se preparaban al sacerdocio.
Aconsejaba a una religiosa: “La humanidad sufre y Dios nos ha escogido a nosotros, para aliviar en todo lo que se pueda ese dolor. No haga usted duro su corazón a la desgracia ajena, sufra con el que sufre, consuele al que llora, cure al enfermo. Es el destino al cual Dios nos llamó y tenemos que hacer constancia. No nos llamó solo para asegurar nuestro bienestar, sino para que por medio de nosotras otras personas logren encontrar remediada su necesidad por alguien de quien lo esperan todo por creernos cerca de Dios. Olvídese de usted misma y entréguese a los sacrificios que Dios le pida. No importa que jamás se tome en cuenta lo que se hace, que a fin de cuentas, sólo Dios lo pagará”.
Sobria en su manera de vivir, nunca buscó la comodidad. Durante años durmió a las puertas del hospital para estar atenta a las necesidades de quienes acudían por una enfermedad, para pedir un consejo o por cualquier otro problema. Todos eran atendidos con amabilidad. Ya fuera levantándose de la cama o de la mesa para atender, lo hacía con rapidez y alegría diciendo: “Es Dios quien me llama”.
Tuvo dones preternaturales, como adivinar los problemas de las almas antes de que se los contaran, también tuvo el don de consejo, con el cual muchas personas se vieron beneficiadas.
El 13 de octubre de 1961 se bendijo y consagró el nuevo oratorio del Hospital. En esa ocasión celebró su sesenta aniversario de vida religiosa y la misa del evento estuvo presidida por el arzobispo y primer cardenal mexicano José Garibi Rivera.
Durante su última enfermedad, en una ocasión la fue a visitar el prelado antes mencionado. Al pasar por las estancias de la comunidad, observó una foto en el buró de una religiosa y le preguntó a su acompañante: “Hermana, ¿quién es esa santita?”. A lo que la religiosa le respondió: “Eminencia, es nuestra Madre Lupita”. El cardenal le dijo entonces: “Bueno, bueno, nada más espero que se muera para ponerla en los altares”.
En su ancianidad estuvo enferma del corazón y de diabetes. Sin embargo, nunca dejó de estar alegre. Aún en su última enfermedad no dejaba de decir cosas con sentido del humor y les decía a quienes la atendían: “Me admira que siendo enfermeras, no sepan cuándo se va a morir un enfermo. Ahora no me muero, por favor vuelvan a sus enfermos que tanto las necesitan”.
Su agonía comenzó una noche antes de su muerte, muchos sacerdotes que fueron ayudados por ella iban llegando para auxiliarla espiritualmente hasta muy de madrugada. Por fin, como a las 08.30 horas del 24 de junio de 1963, luego de recibir la Bendición con el Santísimo Sacramento, entregó su alma al Señor.
Los funerales se realizaron a las 12.00 horas del mismo día de su muerte en la capilla de hospital, siendo presididos por el arzobispo coadjutor de Guadalajara, Don Francisco Javier Nuño Guerrero, pues el cardenal Garibi estaba en Roma luego de la muerte del Beato Juan XXIII y participando en el Cónclave. Varias misas se sucedieron posteriormente, presidiendo una de ellas Don Arturo Espinoza, párroco del Dulce Nombre de Jesús. Luego se organizó el cortejo para llevarla a sepultar al Panteón de Mezquitán.
El 5 de noviembre de 1968 sus restos fueron exhumados y llevados a la capilla del hospital de Santa Margarita donde actualmente reposan en una urna a mano derecha del presbiterio.
La promulgación del decreto de virtudes heroicas se hizo el 1 de julio de 2000 y fue beatificada por el Beato Juan Pablo II el 25 de abril de 2004; el 20 de diciembre de 2012 el Papa Benedicto XVI autorizó el decreto de un milagro hecho por intercesión de la Beata y el 11 de febrero fijó la fecha de su canonización, 12 de mayo de 2013. Esta ceremonia la habrá de realizar el Papa Francisco.
El milagro autorizado para su canonización consiste en que la Señora Wintila Godoy Sales, de 81 años de edad, sufrió un accidente vascular cerebral el 12 de abril de 2008. Una tomografía tomada en el Hospital de Santa Margarita, donde fue internada, reveló una hemorragia intercraneal severa. En este lugar la familia la encomendó con profunda fe a la Beata Lupita. Luego la señora fue trasladada al Seguro Social donde los médicos se asombraron por la rápida recuperación. Nuevos estudios mostraron la ausencia de hemorragia e inflamación del encéfalo y el tálamo. Para junio se hizo un nuevo chequeo, pues la paciente no mostraba secuelas ni afectaciones, ya que el pronóstico era grave. La curación fue estudiada en la Curia Diocesana de Guadalajara y enviándose luego a Roma, a la Congregación para los Santos un expediente sobre el caso, donde teólogos y cardenales dieron un resultado aprobatorio en la clara intervención de Dios por la intercesión de la Madre Lupita.
Su celebración litúrgica se conmemora el 27 de abril. Caso curioso, pues ordinariamente se lleva a cabo en el aniversario de la muerte y no el día de su nacimiento. Tal vez esto se deba a que coincide con la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista.
Bibliografía:
- María del Rosario Plácito Aguirre, Una Mujer que se forja y consume al calor del Corazón de Cristo. Breve biografía de la Sierva de Dios R.M. Ma. Guadalupe García Zavala
- Sonia Gabriela Ceja Ramírez, Otra mujer jalisciense a los Altares. La santidad a nuestro alcance. En Semanario Arquidiocesano de Guadalajara, órgano de formación e información católica.
Página web www.nesaints.faithweb.com